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Reseña Íntima de Solo el fin del mundo de Xavier Dolan

  • Foto del escritor: Hugo Marroquin
    Hugo Marroquin
  • 16 sept
  • 3 Min. de lectura

Louis regresa al hogar familiar doce años después para anunciar su muerte. Se sienta a la mesa rodeado de su familia. A su lado Catherine, la cuñada, le mira con una ligera y cortés sonrisa, de esas que damos cuando cruzamos miradas, asintiendo tan apenas la cabeza como quien pregunta ¿cómo estás?


Él responderá sin palabras, con apenas la mirada. Sí, está muriendo y ha venido a decirlo.


La mirada de Catherine se oscurece ante el horror que los ojos del otro le han revelado.


¿Quiénes somos cuando debemos dar las noticias más terribles? ¿En qué nos convertimos cuando somos mensajeros de dolor y pena?


Le acompaña también su hermana pequeña, que tanto le admira; su hermano mayor, que tanto resentimiento le guarda; y su madre, que no sabe bien cómo comunicarse con él.

Juste la Fin du Monde de Xavier Dolan
Juste la Fin du Monde de Xavier Dolan

Solo el fin del mundo de Xavier Dolan (de quien soy un gran admirador) es una película de una carga emocional enorme, imposible de resumir sin traicionarla. Tiene además un elenco insuperable: Vicent Cassel, Marion Cotillard y Gaspard Ulliel.


Llegas aquí, nos miras como si fuéramos bichos raros. Pero, ¿qué sabes tú de nosotros? ¿Qué puedes saber de nuestras vidas? ¡No sabes nada de nosotros! ¿Qué puedes saber de nosotros?

Pienso en ella porque yo también me fui, hace casi una década. Puse más de 3,500km de distancia. Cargo el peso de ser ausente, de ver pasar la vida, de mirar aquello que se queda estático. Nunca hay demasiado tiempo para navegar con palabras el pasado, para arreglarnos, para mirarnos en esos otros que hemos devenido. Y apelamos al que conocimos, al que vimos tantos años.


Louis y su familia se sientan en la mesa y las primeras palabras son la insinuación de reconocer al que resulta extranjero. No es sólo el tiempo y la distancia lo que nos cambia. También es la confrontación con una nueva cultura. Nos obliga a desarrollar otras herramientas, adoptar otros códigos, y algunas veces, ser otro al que sus seres más queridos desconocerán.


Yo en Colombia soy otro. Digo chimba en vez de chido; chimbo en vez de chafa; tengo arepas en la nevera pero también tortillas en el refri. Saludo diciendo “¿qué más?” sabiendo que no estoy pidiendo nada más. Aprendí a no dar papaya en la calle, a camellar en la oficina, a sacarle la leche a las cosas. Pero también aprendí a abrazar del lado opuesto al saludar, a reconocer los estratos con sólo una dirección.


Hay una incondicionalidad fascinante en las familias. Aunque también idealizaciones y resentimientos. Oportunidades perdidas, incapacidades perennes.


Y es probablemente la familia quien más nos acepte, pero también a quien más le cuesta asumir que cambiamos.


Juste la fin du monde, título original en francés, alude a la enfermedad terminal de Louis en el sentido literal; pero es también el fin del mundo familiar, porque su visita lo destroza y su próxima ausencia dejará ese vacío.


Habrá tantas veces que nuestra vida se sostendrá con alfileres, que resulta inevitable pensar: ¿en quién nos convertimos cuando sentimos nuestras tragedias como el fin del mundo? Quizás, solo desde otro lugar podemos entenderlo.


Este texto fue publicado originalmente en mi newsletter Fuera del Algoritmo como parte de uno de cuatro textos del #5 Desde otro lugar.


Fuera del Algoritmo es un espacio donde comparto historias, hallazgos y reflexiones que escapan a la lógica del contenido automático.


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