Baraka: un documental imprescindible para detener el tiempo
- Hugo Marroquin
- hace 2 días
- 2 Min. de lectura
La última vez que me senté a ver Baraka, casi 25 años después de aquella primera función en la Cineteca Nacional de la CDMX, volví a sentir esa conexión inmediata y recordé por qué me había impactado tanto entonces. Las imágenes volvieron a envolverme con la misma fuerza hipnótica de antes, y en mi mente reaparecieron no solo escenas de la película, sino también la persona que yo era en aquellos años noventa.
Era la Cineteca uno de mis lugares favoritos, de encuentro con mis amigos, de salidas con mi hermana, de tantas primeras citas que no llegaron a una segunda, ir a la Cineteca de Coyoacán era esa sensación de descubrimiento y diversión. Reencontrarme con Baraka fue traer ese pasado y, al mismo tiempo, descubrir nuevas miradas en el presente.
La diferencia es que ahora el contexto es otro: vivimos rodeados de pantallas pequeñas y bombardeados por contenidos breves; algoritmos invisibles compiten por cada segundo de nuestra atención. En esta era de hiperaceleración algorítmica, volver a Baraka se sintió como un respiro necesario.
Esa contemplación profunda –dejarse absorber por la imagen y la música, suspender el ritmo frenético del día a día– se vuelve un acto casi revolucionario. Como dice Byung-Chul Han, la contemplación es esencial para recuperar una conexión más profunda con nosotros mismos y con el mundo que nos rodea; mirar sin prisas es una forma de resistencia frente a la dictadura de la velocidad.
Por eso, en este tiempo de detenerse, ver por primera vez o volver a ver Baraka (Ron Fricke, 1992) es una experiencia que recomiendo de todo corazón. No es una película convencional: es un poema visual sin palabras, filmado en 24 países, que te envuelve en una travesía sensorial y onírica.

No es solo verla; es permitirnos una pausa para maravillarnos, para viajar con la mente a rincones remotos del planeta y a la vez hacia nuestro interior. Son 96 minutos de asombro puro; la música, compuesta por Michael Stearns, intensifica esa inmersión. Es un alto en el camino que nos reconcilia con el silencio, con la lentitud, con esa capacidad de asombro que a veces parece diluirse en la prisa cotidiana; quizás, en medio del ruido algorítmico actual, ese sencillo acto de contemplar sea un pequeño gesto de rebeldía y, sin duda, un gran paso para reconectar con el tiempo y el asombro.
Este texto fue publicado originalmente en Fuera del Algoritmo, newsletter de Substack: https://fueradelalgoritmo.substack.com/
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