Algo Sobre Mi Destino
- Hugo Marroquin
- hace 1 día
- 3 Min. de lectura
La foto se ha puesto sepia. Algo de humedad la ha afectado. En ella, un niño de menos de diez años está parado al pie de la escalera que sube a un avión. Viste un traje vaquero amarillo canario. Con las manos rígidas a los costados, mira a la cámara sin sonreír.
Soy yo.
No recuerdo el momento, solo el amarillo intenso del traje. Tampoco estoy seguro que haya sido realmente tan amarillo. Pero recuerdo sentirme como vestido de gala. Viajar en avión era un acontecimiento, una ocasión para ponerse la mejor ropa. Sé que no fue mi primera vez volando, pero es la única que dejó registro fotográfico.
Recuerdo la foto, el amarillo vibrante, sentirme elegante. Creo que me sentía feliz.
El tiempo juega caprichosamente con la memoria. En su newsletter Conversas que não tive del 11 de junio Felipe Brandão, editor y escritor, hace un bello ejercicio para explicar el tiempo:
“Hay instantes que duran años. Y hay años que no dejan rastro. Hay encuentros que, aunque breves, duran una eternidad. Y hay despedidas que en realidad suceden mucho tiempo después de haberse dicho adiós. En el enredo del tiempo, la vida no es una línea recta. Es como una espiral, una ola, un círculo, un lazo. Un ir y venir eterno de sentidos que intentamos nombrar, pero que se escapan como arena entre los dedos.”
Hay batallas de la memoria que ya he perdido. A veces entender el calendario es un acto ocioso. He olvidado mucho en el camino. Apenas reminiscencias de aquí o allá. Mi olvido me arrastra a la ficción para llenar los huecos.
Quizás es por eso que antes de viajar para conocer algo nuevo, prefiero volver.
No tenemos palabra en español para decirlo con claridad. Rentrer dicen en francés, que significa algo como “entrar de nuevo”. Se usa para indicar cuando uno vuelve a casa, o a su tierra, o a un hogar.
Después de tantos viajes, de años sin nadie que me esperara en el aeropuerto, o que me despidiera al irme, de sentir que había perdido ese lugar al cual volver, finalmente comenzó a formarse lo que es hoy es mi hogar.
Sigo lejos de mi México. Pero siempre escucho el eco de su llamado. Seguido recibo las noticias del imperio. Me inunda la nostalgia que solo la canción mixteca puede expresar.
He olvidado tanto de ese niño vestido de amarillo. Dejé atrás la timidez, al menos buena parte de ella. También prefiero viajar cómodo. Me gusta llegar con antelación a los aeropuertos. Escribo mucho arriba de los aviones. Tanto ha cambiado.
¿Cuál es el destino? ¿A dónde nos lleva este viaje?
A Maximiliano, a la muerte.
A Carlota, a la locura.
A Walter Mitty, a reinventarse.
A Arthur Less, el reencuentro con el amor.
¿A mí? Aún no lo sé.
Todavía no vislumbro un destino. No sé si es algo que sucederá o que ya está pasando.
Y cada vez viajo menos.
Porque cada vez, vuelvo más.
Este texto fue publicado originalmente en mi newsletter Fuera del Algoritmo como parte de uno de cuatro textos del #4 Cartografía emocional del viaje.
Fuera del Algoritmo es un espacio donde comparto historias, hallazgos y reflexiones que escapan a la lógica del contenido automático.
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