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¿Cómo saber si un viaje resultará inolvidable?

  • Foto del escritor: Hugo Marroquin
    Hugo Marroquin
  • 29 jul
  • 3 Min. de lectura

Hay quien puede creer que todos lo serán. Y aunque me considero un optimista, no lo soy en cuanto a la fiabilidad de la memoria.


A veces en la vida tenemos la arrogante creencia de que todo quedará como grabado en piedra o que todo será mucho más sencillo. Pero como dice la canción: los caminos de la vida, no son como yo esperaba, como los imaginaba, no son como yo quería.


Quizás Maximiliano, cuando desembarcó en México a sus 31 años, pensó que construir un Imperio sería cosa fácil. En alguno de sus 44 días en alta mar escribió: “Hasta los treinta años se vive para el amor; de los treinta a los cuarenta para la ambición; de los cincuenta en adelante para el estómago y para los recuerdos.”


O tal vez Carlota, de 23 años, que por primera vez atravesaba el océano atlántico en una época donde la travesía estaba reservada para valientes marineros y osados aventureros creyó que la vida en el trópico sería una corte imperial rodeada de mariposas y colibríes.

No se puede predecir el futuro. Por mucho que lo deseemos. Hay viajes que fluyen, y otros a los que nos empujamos. Algunos nacen de la ilusión; otros, del miedo.


Pienso entonces en ese joven de 31 años, esa casi niña de 23 años. Y después me miro a mí, en mis edades, en mis viajes, en mis miedos. En lo diluido que han quedado tanto en el camino.


Fui un niño muy tímido e introvertido. Temeroso de ser objeto de bullying por mi dedo mutilado, por tener las piernas demasiado flacas o por saberme diferente. Aprendí a vivir entre las sombras del colegio. Pero en el refugio de mi casa, comencé a viajar.

Tomaba una caja de cartón, le abría un par de agujeros, la colocaba sobre un palo de escoba y la convertía en mi cámara de cine. A través de ella filmaba historias. Lugares que nunca había visto. Gente que no conocía.


Con La increíble vida de Walter Mitty, recordé a ese niño. Y reconocí al adulto que era cuando vi la película por primera vez. Él, como yo, pasaba el día soñando despierto. Imaginando aventuras épicas aunque en realidad su vida transcurría entre una rutina tediosa, su torpeza y el silencio de una gran ciudad.


Walter Mitty se imaginaba como un hombre valiente, intrépido, seductor. Hasta que, sin querer, se ve obligado a salir al mundo. Y algo de lo que había soñado empieza a tomar forma en la realidad.


El viaje es la metáfora del descubrimiento de una parte de sí mismo que aún no conocía. Cada etapa del camino representa un muro que Mitty jamás había atravesado antes.


Porque Walter Mitty, como yo, como tantos, no es un héroe. Es un hombre con miedo. Y eso lo vuelve inolvidable. Algo que me gusta enormemente de esta película es ver que a pesar de esos logros que obtiene, no es infalible. Tiene miedos que lo ayudan a ser valiente. Pues el valor debe tener un punto de partida. Es como aventarse al océano desde un helicóptero.


La increíble vida de Walter Mitty salió en 2013. Los paisajes de Islandia, Groenlandia o el Himalaya son maravillosos. La música de José González hace sentir la magia de esa transformación interior que está sucediendo. Es definitivamente una película para apapachar al corazón.


Ese viaje que te obliga a encontrarte contigo no será grabado en piedra, pero su huella quedará en tu memoria, incluso cuando no haya palabras para describirlo.


 

Este texto fue publicado originalmente en mi newsletter Fuera del Algoritmo y es uno de cuatro del #4 Cartografía emocional del viaje.


Fuera del Algoritmo es un espacio donde comparto historias, hallazgos y reflexiones que escapan a la lógica del contenido automático.


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