top of page

Mi mamá quiere cambiar a los 80: una lección de vida inesperada

  • Foto del escritor: Hugo Marroquin
    Hugo Marroquin
  • 10 jun
  • 3 Min. de lectura

Tenía yo 24 años la primera vez que la vi como mujer. Recuerdo el día de manera nítida. Y a unos pocos les he contado la situación exacta. Recuerdo mi silencio, mi dificultad de entender lo que pasaba. También la respuesta de mi hermana, que me dio luz a una comprensión nueva de la vida. Es que ambas están llenas de sabiduría. Aunque ambas no se den cuenta.


El otro día miraba con detenimiento a mi mamá en una pantalla. Hermosa y radiante como siempre es. Guapa y elegante, como ella naturalmente es. La escuchaba, y en apenas una frase –llena de su sabiduría– pensé: de grande quiero ser como ella.


Hablaba sobre la posibilidad de cambiar, a sus 80 años. ¿Se entiende mi asombro? En general nunca queremos cambiar. Nos aferramos. Tantas cosas parecen una camisa de fuerza. Tantos argumentos para explicar mil y un veces por qué nunca habremos de cambiar. Evocamos el pasado como muestra y testimonio. Algunos citarán a Freud, otros dirán frases reburujadas por Chat GPT. Y los más atrevidos —en la acepción que usan los colombianos— ni siquiera darán una razón.


Ella piensa en cambiar. Descubrir algo que la haga mirar diferente. Y yo no quepo de la sorpresa y la admiración. Fue una revelación. Llegar a su edad y no perder la certeza que cambiar es posible, y por ende, aún más ahora.


Mi mamá es una mujer extraordinaria. No lo digo solo porque sea mi madre y yo su hijo favorito (¿acaso no creemos eso todos?) sino porque auténticamente lo es.


Admiro su enorme generosidad, su capacidad de perdón, su manera de sacudirse las miserias de los otros y seguir adelante sin resentimientos. Admiro su entrega, su manera de amar, tan abundante. Sus risas, sus chistes, su humor, esa alegría constante, latente y expansiva. Admiro sus silencios, sus evasivas, sus distancias, todo eso que la hace mujer.


Quisiera pedirle que no se vaya nunca, que la quiero eterna. Que viva para siempre. Quiero saberla siempre ahí, cerca, atenta, dispuesta. La aproximación de la idea de su ausencia me sepulta ya en lágrimas. Sé que puedo pedirle esto. También sé que no quiero irme yo primero, porque una madre no debe enterrar a sus hijos. 


Como un espectador distante, la he visto superar a sus muertos, a sus padres, a su hermana, a sus amigas. Ella es la única mujer capaz de crear alegría en las tardes más sombrías.


Es que yo quiero ser como ella cuando sea grande. Quiero aprender a sonreírle a la vida, a echar chistes y bromas aún en momentos de dolor. Quiero reírme de las cosas, de la vida entera. Quiero vivir como ella, despertando a la hora que me dé la gana y durmiendo cuando sea que me dé sueño. 


Quiero ser como ella, porque es lo más maravilloso que habré de tener en la vida y no alcanzaré a contar el amor en la manera justa y necesaria. Como sentir el amor no basta, lo nombraré, lo narraré, e iré diciendo por ahí lo maravillosa que ella es.


Gracias, mamá, por darme un ejemplo de a dónde llegar.


Este texto fue publicado originalmente en mi newsletter Fuera del Algoritmo, un espacio donde quincenalmente comparto ideas, hallazgos y emociones que escapan a las lógicas del algoritmo: libros, películas, videos, experiencias y preguntas que nos invitan a mirar distinto. Si quieres recibirlo en tu correo, puedes suscribirte en

Comments

Rated 0 out of 5 stars.
No ratings yet

Add a rating

Follow

  • X
  • Instagram
  • Facebook
  • YouTube
  • LinkedIn

©2024 Hugo Marroquin

bottom of page