¿Qué es un buen padre? De Halfon a McCarthy, de Mouawad a Nolan
- Hugo Marroquin
- hace 33 minutos
- 3 Min. de lectura
Algo cercano al apocalipsis me ocurrió quince años antes de la pandemia: murió mi padre. Me desmoroné en una soledad inmensa, de esas que no caben en ninguna palabra. Se me reveló un miedo primigenio: el de reconocerme solo, sin protector, ante lo improbable y lo impensable. Porque eso también era mi papá: la certeza de que, pasara lo que pasara, él estaría ahí.
Durante largas caminatas solitarias por la Ciudad de México pensé en él muchas veces. Eran los meses más crudos de la pandemia. Y algo en mí evocaba La carretera de Cormac McCarthy: padre e hijo caminando hacia la costa en busca de salvación, sorteando hambre, locura y caníbales. Un padre monosilábico, decidido a mantener viva la bondad en su hijo. Porque reconoce en él al último vestigio de lo humano.
El audiolibro en inglés es una muestra del poder de la voz humana. Tom Stechschulte interpreta al padre, al hijo y a cada personaje incidental con una fuerza emocional inmensa. Sus silencios, susurros y frases breves transmiten todo lo que no se dice.
En uno de los pasajes más conmovedores:
—Tienes que llevar el fuego.
—No sé cómo hacerlo —dice el niño.
—Sí que lo sabes.
—¿Es de verdad? ¿El fuego?
—Sí.
—¿Dónde está?
—Está en tu interior. Siempre ha estado ahí. Yo lo veo.
Hay padres así. Héroes reales. Como el de Héctor Abad Faciolince en El olvido que seremos, donde el amor filial alcanza dimensiones casi sagradas: “La idea más insoportable de mi infancia era imaginar que mi papá pudiera morirse. Por eso yo había resuelto tirarme al río Medellín si él llegaba a morirse.” Para algunos, el padre es solo una figura lejana. Para otros, es lo más grande.
Otros padres no buscan ser héroes. Como Wajdi Mouawad, que le escribió una carta a su hijo pequeño en plena pandemia. No prometía salvar el mundo, pero sí enseñarle a no tener miedo. A elegir la valentía sobre la comodidad. A nunca repetir las palabras de Caín. A cuidar siempre del hermano. A no temer al riesgo.
Y están los padres que fallan. Los egoístas. Los ausentes. Los humanos. Como el de Interestelar de Christopher Nolan, que elige salvar al mundo en lugar de quedarse con su hija. Porque los padres también son hombres, con sueños propios. A nosotros, los hijos, nos toca exonerarlos. En vida. Con la palabra.
—Nadie me creyó, pero yo sabía que volverías.
—¿Cómo lo sabías?
—Porque mi papá me lo prometió.
Pero no todos los padres alcanzan la absolución. Como el de Eduardo Halfon en Saturno. Un libro escrito desde la herida, donde el hijo escribe lo que no pudo decir en voz alta. “Mi padre era capaz de una crueldad tan fría que a menudo me preguntaba si alguna vez había conocido el amor.”
Halfon recurre a la imagen del dios romano que devora a sus hijos para titular este libro. Y nos habla de heridas que las palabras apenas rozan. De padres que no estuvieron, aunque se sentaban a la mesa. “Dirigirse la palabra, padre, no es hablar. Sentarse a comer juntos no es estar juntos.”
A veces, hablar desde el corazón es como armar un rompecabezas sin imagen de referencia.“Las palabras tienen el poder de sanar, pero también de abrir heridas. Es un riesgo que tomo cada vez que escribo.” dice Halfon.
Yo también creo que quien pueda, debe tomarlo.
Esta es una adaptación especial para este blog del texto publicado originalmente en mi newsletter Fuera del Algoritmo, un espacio donde comparto historias, hallazgos y reflexiones que rompen con la lógica del contenido automatizado. Si quieres recibir cada entrega directamente en tu correo, puedes suscribirte en fueradelalgoritmo.substack.com
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