Paula: el libro donde Isabel Allende escribió el dolor de una madre
- Hugo Marroquin
- 24 jun
- 3 Min. de lectura
“Ando buscando a Dios y se me escapa, mamá” fue la última frase que Paula, muy débil, dijo a su madre antes de hospitalizarse. ¿Has pensado en el peso de las palabras que dices, de las que has dicho, las que dijiste?
Para Isabel el futuro entero se desmoronó y el presente se volvió un campo devastado, apenas coloreado por el blanco de la sala de espera del hospital. Es blanco que no deja a la vista a Dios alguno.
No alcanzo a imaginar el horror para una madre al ver caer a su hija en coma. “Te quiero, mamá” alcanzó a decir Paula. La desesperanza y la desolación no habrán tomado voz en el cuerpo que se apagaba. Paula se mudó a ese vacío incomprensible donde el cuerpo respira, los órganos funcionan, el sueño se hace eterno y se habrá preguntado mil veces en qué tipo de infierno estaría viviendo su alma.
“¿Dónde andas, Paula? ¿Cómo serás cuando despiertes? ¿Serás la misma mujer o deberemos aprender a conocernos como dos extrañas? ¿Tendrás memoria o tendré que contarte pacientemente los veintiocho años de tu vida y los cuarenta y nueve de la mía.”

Paula, fue el primer libro que leí. Porque nunca me gustaron los libros de la escuela. Empecé a leer por placer ya bastante grande. Durante mis años de infancia y adolescencia me acompañaba básicamente de televisión, bicicleta y plastilina. Quizás algunos libros de cuentos habitantes de la biblioteca familiar, la Enciclopedia Larousse o la Salvat.
Llegó a mí en aquel año de intercambio en Bélgica, a 10,000 km de mi mamá. No recuerdo si pensé en ella al leer esta frase, pero sí recuerdo haber pensado en la soledad. Había elegido atravesar el océano para liberarme de algo que no sabía qué era, para romper alguna cadena invisible, huir de las violencias, qué sé yo. Andaba buscando sólo irme porque soy inquieto y el mundo parecía más grande de lo que resultó.
Isabel Allende, mientras pasaban los días del coma de Paula, tomaba notas para contarle después lo que estaba sucediendo en los días de su ausencia. Desde su origen, el pasado de la familia para que “cuando despiertes no estés tan perdida”. ¿Cómo podría una madre aceptar la muerte de una hija cuyo cuerpo parece estar vivo? ¿Cuándo la duda irresoluta es saber si siente o no, si escucha o no, si la quietud visible al ojo humano es un alma convulsa en el horror de la expectación?
En diciembre de 1991 mi hija Paula cayó enferma de gravedad y poco después entró en coma. Estas páginas fueron escritas durante horas interminables en los pasillos de un hospital de Madrid y en un cuarto de hotel, donde viví varios meses. También junto a su cama, en nuestra casa de California, en el verano y el otoño de 1992.
Estas notas y las más de 180 cartas que Isabel Allende envió a su propia madre se convirtieron en un libro que comenzó a escribir un 8 de enero, apenas semanas después de la muerte de su hija, pues Paula no salió del coma. Isabel vivió esto que resulta indecible, esto para lo cual no tenemos palabra en español y es, por eso, aún más demoledor.
A los que tenemos la fortuna de ver a nuestros padres envejecer nos confronta con el sentido mismo del tiempo y de la muerte como proceso natural. Supongo que ver a un hijo morir, resulta antinatural, fuera de toda lógica, porque los padres no deberían enterrar a sus hijos. Nuestras culturas latinas, nuestros referentes no nos preparan para eso.
“Me sobra tiempo. Me sobra el futuro completo. Quiero dártelo, hija, porque has perdido el tuyo.”
A 3,500 km de distancia de mi madre, pienso en ella, pero también pienso –como sucedió en la pandemia– en la muerte. Recuerdo cada tanto a Paula, que no he vuelto a releer, quizás no lo haga, pues esas dos frases siguen resonando en mi mente.
Lo que no tiene nombre –como también titula Piedad Bonnett al libro en el que narra el suicido de su hijo– resulta indescriptible, y logra manifestarse en Paula.
No basta con amar a nuestras madres si las palabras se amordazan o, por el contrario, se escupen. Yo creo que es menester, desde el más profundo amor, decirlo a tiempo.
Este texto fue publicado originalmente en mi newsletter Fuera del Algoritmo, un espacio donde comparto historias, hallazgos y reflexiones que rompen con la lógica del contenido prefabricado. Si quieres recibir cada entrega directamente en tu correo, puedes suscribirte en fueradelalgoritmo.substack.com.
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